¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente.

El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en cadena. El Director de Echar Recursos, echado.

Era la primera vez que me despedían y el fluorescente parpadeaba como si de una sala de interrogatorios se tratase. A mi derecha un segurata con cara de portera y a mi izquierda el que se suponía era el "único de mi parte" aunque tanto él como yo sabíamos, que los martes a las 19:35, debajo de la mesa del CEO se compraban voluntades.

El CEO de la compañía llevaba a penas unos meses en mi ya no empresa. Se había ganado la fama de bonachón inútil porque iba por ahí con los mofletes sonrojados y dando las gracias a los empleados por cosas tan nimias como apagar las luces al salir. Le habían recordado en algún obsoleto máster de la Escuela de Negocios de los Señoros, que debía parecer simpático, aunque por dentro solo recordase el número de expediente de sus recursos. A veces cometía errores felicitando a Marga, de 57 años, el nacimiento de su nuevo hijo o dando el pésame por la muerte de su esposa a Fran, que recién se había casado con su flagrante marido de veinticinco años.

Esta vez no sonrió. Tampoco se mostró enfadado. Sé, por mi condición de vidente, que lo que se estaba imaginando era a él mismo firmando el finiquito con la punta de su rabo de señoro con muchos ceros en la nómina. Por supuesto, la nómina también se la había puesto él.

Me acompañaron a la salida mientras se oía algún leve aplauso. Tímido, por el miedo a otro despido. Llevábamos meses complicados, porque ya nadie necesitaba bloques en un mundo cada vez más virtual. Habían cambiado al CEO para dar una visión más amable a la compañía, pero dentro sabíamos que lo que intentaban era cambiar el producto, y para ello necesitaban menos gente, mucha menos gente.

Tras treinta años trabajando, el segundo día, me sentí como un perro en una jaula. Me levanté a la hora que mi cuerpo me exigió. El capitalismo seguía instalado en mis ritmos circadianos. Mi mujer se había ido media hora antes a su trabajo como abogada. Mi masculinidad frágil seguía intacta. ¡Oh sorpresa! No pasa nada, no me siento inútil. Saqué al perro a pasear y me tomé un café con los jubilados del barrio. ¿un euro y sesenta y cinco céntimos? ¿Puedo permitírmelo? El día estaba siendo ya muy diferente y estas preguntas también eran nuevas para mi.

En la cola del paro, seguí descubriendo nuevas cosas sobre mi persona. Como por ejemplo que soy un auténtico clasista. - ¿Qué demonios hace alguien como yo en un sitio cómo este? La funcionaria apoyaba su taza en uno de los bloques que nuestra, perdón, mi anterior empresa fabricaba. ¿De que quieres trabajar? De repente mi mente volvió al jardín de infancia. ¿Puedo ser maquinista del tren?

Mi mujer volvió a las ocho. - ¿Qué tal tu primer día como parado? - Recordando a mi primera jefa el día que detecté un talento entre mediocres recursos contesté: - Ha sido un día muy muy particular.

Enciendo el televisor mientras me sirvo la cena: - ¡Bloques.org renueva su producto, hemos dejado de fabricar bloques para dedicarnos al bienestar de TUS empleados! En Vloque.es ahora podrás enviar bloques virtuales a tus colaboradores más eficientes. ¡Es la era de los recursos humanos digitales!

- Cariño, me he hecho viejo. Por cierto, mañana comienzo en la escuela de nuevos maquinistas, necesitan personas que se hayan pasado toda su vida siguiendo una vía. 

¿Puede ser que la felicidad sea esto? Cierro los ojos. Mi mujer besa mi frente. ¿Ves? No pasa nada.

Mañana no sonará el despertador. 


Arosa.

Tienes voz de buena persona

 Hablar calmado. Es lo que la vida me está enseñando.

A menudo piensas que con los años vendrán grandes descubrimientos, grandes hallazgos. Sospechas que cuando uno es mayor y más sabio, las cosas que te pasan por la cabeza son superiores, o al menos más grandilocuentes.

No es verdad.

No voy a reconocer que el puto Mindfulness tiene algo de cierto, porque la vida todavía no me ha traído la eliminación brutal y permanente del orgullo, pero es cierto que ir despacio tiene algo de mágico.

Hago prácticas en una empresa de construcción y trabajo en un call center de psicólogos novatos y en ambas experiencias me he dado cuenta de que solo hay un truco: parar. De mi matrimonio no voy a hablar porque me he casado con Speedy González.  

Ayer charlé con una mujer que quería despedirse de alguien que le transmitiese que la vida puede frenarse cuando lo decidas. Con mi voz artificialmente calmada le dije adiós al no conseguir que se aferrase a la línea de salvamento que puede ser que alguien te convenza de algo que no quieres hacer. Se había equivocado de teléfono. Quizá en otro número le hubiese atendido alguien más profesional, alguien más rápido. Yo quise ir despacio. Creo que no funcionó. Tampoco creo que corriendo hubiésemos logrado algo.

"Tienes voz de buena persona". No señora, estoy fingiendo calma. 

A veces fingir esta calma me lleva de los ríos a los lagos. Y me sorprendo flotando en el agua negra, hasta que la calma se apodera de verdad de mi, sin necesidad de Trankimacín (marca registrada) o cualquier otra acción superlativa.

Es por eso que he vuelto a creer en la psicología. Es por eso que mi matrimonio funciona. Y es por eso que me ha parecido buena idea, hacer caso a las voces y escribir en este blog abandonado. Porque escribir, desde pequeño, me ha traído eso que resulta que era tan importante: la calma, la puta calma.

Diego Arosa

Pequeños vaqueros

No había flecha que le pudiera hacer daño a Lucas, durante ese trepidante juego que se habían inventado en el patio del colegio. ¡Ríndete si quieres seguir con vida! Se oía a lo lejos mientras los profesores sorbían el primer café de la mañana. ¡A los caballos, a los caballos!

Las flechas imaginarias silbaban en los oídos de Lucas, mientras en su cabeza urdía un plan para vencer a los indios que se asomaban por detrás de la profesora de plástica.

¡Lucía! ¡Te rescataremos! Y al volver a escuchar su antiguo nombre, algo punzante, atravesó su corazón de vaquero.



Arosa.

Pallella

 -¡Pallella! ¡Xa estou!

- A ver que che poño o pantalón.

- ¡Non! ¡Aínda vou durmir máis!

- Bueno carallo bueno...

- ¡Xa estou!

- A ver...

- ¡Non non, aínda non!

- ¡¡Ai que carallo Dieghiño!!

- ¡Agora si!

- Non me rompa-la cabeza ¿eh? Veña, que xa está o chocolate a facer. Vai chamar tua nai e aínda estamos así.

Na cociña xa cheira aquel chocolate que fai cunhas tabletas gordas e vermellas, nas que sae un negriño. Salto da cama e vou correndo.

-¿Quéreslle sopas de pan?

-¿Son as do porco?

- Mala chispa te coma... ¡Como van ser as do porco! Acaba que imos soltar ós pitos.

As galiñas durmen ao lado do muiño do millo. Sempre me deixa abrir a portiña pequeña pola que saen. Dame un pouco de medo, porque xa me picou un galo unha vez de pequeno, pero agora xa son maior e a pallella deixame facer a mistura do millo moído, o pan de onte e as sobras da cea da noite.

- Eu ó porco non lle dou. Miro dende atrás. Pero non lle pegues ¿eh? ¡que sempre lle pegas co pau!

- ¡E que este porco ten moito vicio! Vai onda Farruco e máis a Mora, que esperten.

A Pallella ponlle un cacharro de ferro verde ao burro e levámolo ao monte. 

- Ti colle os pauciños pequenos que eses prenden ben. 

- Buff... ¿despóis lévasme ao Picho a comprar un cropán? 

Voltamos á Presa. Eu nun dos lados do cacharro verde e a leña noutro. Ela vai andando, que non se cansa. Eu non sei como non se pode cansar, co cansado que estou eu... Onte fumos a unha misa non sei onde e erguémosnos cando aínda era de noite. Levounos un veciño e vomiteille todo o coche porque era moi lonxe e a min madrugar séntame moi mal. A ela non.

- ¿Que imos comer hoxe Pallella?

- ¿Xa tes fame? ¡Arnéghoche demo! Hoxe hai bacallau que o puxen a desalar onte a noite.

Cando comemos bacalao sempre soa unha radio vella que temos alí enriba colgada. A min paréceme un pouco aburrido porque non entendo nada e sempre é a mesma música as horas en punto. Como xa son maior xa sei as horas, porque a miña madriña regaloume un reloxo de Mickey Mouse orixinal. Sonia díxome que cando non había minutos, dícese "en punto", pero eu penso que "en punto" sempre é, porque os reloxos son exactos.

Pola tarde ven Cora e iremos buscar un tesouro escondido arriba no pozo, pasando polo pazo da morte, que é un sitio cheo de caveiras que atopamos a semana pasada (o nome púxollo Cora, pero seguro que lle dí a tía Isabel que fun eu).  A ver se quere ir, porque como xa hai moras igual facemos o noso zumo especial para vender a xente que veña.

- Dieghiño, ponme ahí Colombo que vai comezar.

- ¿Por qué fala así Colombo, Pallella?

- Porque os detectives falan así, ¿ti coñeces alghún detective?

- Pois non...

Cando me dou conta a Pallella xa está a durmir. ¡E iso que acaba de comezar o Luar! A mín gústame o Luar porque cantan e bailan. Cando a Pallella queda durmida póñome un pouco triste porque boto de menos a mamá, pero despois penso que as pernas da Pallella son máis frescas e prefiro durmir con ela. Ademáis as veces con mamá teño medo se non está papá, pero coa Pallella non, porque ela colle un pau e pode con todos.

Escoítanse as pingas do vertedoiro da cociña retumbar no pasillo. Unha, duas, tres... Penso que a Pallella é moi valente por vivir nunha casa con tantas pantasmas sen ter nada de medo. Arrímome a ela para que me dé o fresquiño na pel e penso que igual mañán atrévome a darlle de comer eu ao porco. Quedo durmido.

Hoxe pensei que empuxar esa caixa ao fondo da eternidade era a única maneira de demostrarche que eu tamén teño un pouquiño da túa valentía. Ti non pesabas Pallella, pero todo o cariño e amor que me deche estes trinta e cinco anos, pesáronme un feixe de millo.

Oense as pingas caer enriba da máscara negra. Unha, duas tres...




Arosa

Insuficiencia colórica

Desenterrar.

Sentir pero al revés, ser la pala que quita el asfalto y no encontrar sentido al prefijo "in". Volvimos a descartar los días de volteretas, aún visitamos columpios pero están sellados.

Prohibido pasar.

Han cerrado los parques, hemos vendido la ilusión al postor del "sin contacto". Las barras de los bares ya no hablan de nuestra historia, al Rastro lo han desinfectado y tu mirada es ya solo ese mismo rastro de lo que era emprender.

Después de un tren, ya no viene otro.

Los coches ya no significan libertad. La costa francesa queda muy lejos y tu pelo grita al viento, pero ya ni los girasoles del sur ni yo lo oímos.

Nunca fui de levante.

Pero ya ni el sur me hace soñar. Quedarse entretelas. Rasgarse los sueños y estar en medio de la luna, dónde solo se ven los temblores color hormigón.

Insuficiencia colórica.

Estar pálido de sensaciones. Volver a lamer puertas marrones solo por adquirir color. ¿Grados? treinta y siete. Y la ansiedad clavándote los dientes, y el miedo. El puto miedo.

Arosa





Premoniciones sobre cuatro ruedas



La madrugada del 20 diciembre, Webster explotó en medio de una calle lluviosa de Madrid y a partir de ahí todo fue un poco cuesta abajo...

Quizá por mi cultura galaica o simplemente porque me gusta creer en la magia, bajo la lluvia, observando lo que quedaba de mi coche, no pude evitar sentir un escalofrío esa noche. Algo ya no pintaba bien el día anterior, y efectivamente, los siguientes fueron una serie de catastróficas desdichas, propios de un mal cuento de Navidad.

La historia de mi vida reciente siempre ha ido muy ligada a mis coches. No es casualidad que a todos les haya puesto nombre: desde Rizo, pasando por Sonic y ahora con Webster. Puede que tenga predilección por el hecho de poseer un coche, pero lo que he sentido siempre con este objeto de colección mundana, es el perfecto alineamiento con valores que son esenciales para mi: libertad y autonomía. 

Para un chico de pueblo con una historia familiar como la mía, tener algo en lo que huir ha sido un sueño desde siempre... ¡Como no enamorarse entonces cuando la idea se convierte en palpable! Webster ha sido para mi, igual que los anteriores, un objeto inanimado cobrando vida en mis aventuras y desventuras, mi compañero de viajes, el ansiado caballo blanco.

Con mi viejo amigo en el taller, destrozado por las llamas, llegó una pandemia mundial para aislarme todavía más y azotarnos a todos. Muchas veces he pensado en él, frío, roto, lleno de cables, en una nave paralizada por el estado de alarma. ¿Acaso entonces no era de nuevo una premonición de lo que estaba por venir?

Hoy, seis meses después, el mismo día que los muertos por Coronavirus en España alcanzan la esperada cifra de cero, me han llamado del taller para decirme que Webster ya ha salido de su particular ingreso. Ya sé que es solo un coche, y que exagero cuando digo que lo echo mucho de menos, pero de nuevo, ha vuelto justo para "desescalar" con nosotros esta pesadilla. 

Su primer viaje será el jueves, curiosamente para llevarnos a Colmenar, dónde van a hacernos las pruebas rápidas del Covid19. Son justo las 20.00 ahora, los aplausos se han intensificado por esa buena noticia de cero fallecimientos y yo estoy seguro de que a pesar de ser lunes, las cosas van a ir por fin un poquito mejor. Bienvenido a casa.

Arosa.

Llegar a puerto


Suena el mar tranquilo cuando te sabes en el rumbo correcto. Y es como cuando subes en una de esas atracciones de agua, en las que lo raíles van sumergidos, y no sabes por dónde vas, pero vas.

Estoy en el dique seco esperando a ser lanzado a una nueva aventura, que empezó hace años como el proyecto de algo que nunca sería, como la serie sin presupuesto que compra finalmente Netflix.

Soy el barco sin ancla, el marinero sin espera, la lonja un lunes por la noche. Y siento un miedo muy diferente a los miedos de antaño. Es un miedo agarrado bien fuerte a la balaustrada que separa el paseo marítimo del mar en calma. Oteando la tierra que queda atrás y lanzándome al mar que nunca se ha parecido tanto a un cemento amable y gris.

Dejo la pradera que siempre he querido habitar por el mar de asfalto al que prometí volver solo por UNA razón. Y esa razón, que siempre he imaginado empujándome, me sonríe al otro lado de la A6. Madrid me sopla con brisa marina, y ya estoy arriando las velas, preparado para las tormentas perfectas que espero vivir a tu vera.



Arosa

O que me vai facer famoso

O que quero que vexas

¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...