La recuerdo con mocos, llorando


De pequeña, nadie quería jugar con ella. Tenía un nombre que no recuerdo muy bien, algo así como Melodía, Amor o Adoración... de esos nombres que a los niños malos dan mucho juego. Solía nevar en el patio de San Juan, allí dónde los chicos aventajados en el amor, jugaban al fútbol delante de las niñas bonitas, y dónde las mujeres del futuro forjaban sus opiniones futuras. Ella, vamos a llamarle, por ejemplo, María, (todas esas niñas con nombres especiales, suelen ir acompañadas de ese común, para que el párroco de turno diese la bendición a unos más que probable, crueles padres.). María se sentaba encima de unas piedras, allí en el fondo del patio cubierto. La recuerdo con mocos, llorando. La inercia obligaba a los niños a insultarla, con rimas estúpidas y crueldad despreocupada. Allí pasó los años. Creo que ni siquiera aprendió a hablar con bisílabos, su vida fue desarrollándose como tantas niñas solitarias.

María se hizo mujer. En los años que viví en Madrid, me he cruzado con muchos pasados, pero nunca con ella, hasta hace tres días. En aquel local de mala muerte, la niña de los mocos, bailaba Alaska como si en ello se le fuese la vida. Ella era Melodía, Amor, Adoración, Dulce, Esperanza, Bella. Todos los nombres que le han costado lágrimas, eran ahora esclavos de su movimiento. Si pudiese llamarla Sexo, no necesitaría decírselo con los ojos. 

Me acerqué. Su tranquila sonrisa me decía que había olvidado todo su pasado, que se encontraba bien, que aquella tarima no era la piedra del patio cubierto, y casi en un éxtasis de alcohol, como subidos a una nube electricista, nos besamos sin pensar en nada. - ¿Como te llamas? - Le mentí. Me susurró su nombre. Ya no significaba lo mismo que hace dieciséis años.

Su nombre ahora era Pasión. Me cogió de la mano, y me arrastró al rincón más oscuro de aquel patio particular. Ya no recuerdo si el cinturón cobró vida, o todo fue un truco de sus dedos. No sé como transformar lo sucio en bello, ni como lo bello pudo haber sido tan sucio, tan sucio y tan dulce. Y estábamos solos, y las paredes metálicas de aquel agujero fueron las sábanas más cómodas, hasta que desperté. 

Le dije: - El destino ha tocado nuestras pieles. Y su desprecio solo intentaba protegerla. - No juego al fútbol. - La tranquilicé. Pero se perdió en la boca de un metro.

Ahora tengo sus labios marcados en mi cuello. Y no hay quién los borre. He pensado que quizá, escribiendo esto, María me recuerde observando sus ojos cristalinos desde clase de pintura, y pintando su cuerpo a escondidas,  aliado con el destino... que hace tres días, decidió darme una noche de Locura en Madrid, siempre en Madrid...

Dié

O que me vai facer famoso

O que quero que vexas

¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...