Queda prohibido...


Queda prohibido no dejarse llevar y sentir lo que queramos sentir.
Queda prohibido permitir que te insulten o degraden, que de alguna forma te hagan sentir mal.
Queda prohibido volver a pasar más de veinticuatro horas encerrado en casa, construyendo mundos imaginados en un pequeño monitor.
Queda prohibido sentir rabia.
Queda prohibido ojear fotos antiguas y buscar personas al fondo de las mismas.
Queda prohibido mirar atrás, en definitiva.
Queda prohibido entregar más de lo que debes, abandonarte a la pasión, desgarrarte la piel, pero a la vez...
Queda prohibido limitarte.
Queda prohibido volver a perder las mañanas (y las mañas).
Queda prohibido el dolor de cabeza y las espaldas truncadas.
Queda prohibida la Fiesta del Agua.
Quedan prohibidos los mejores y mejoras amigos.
Quedan prohibidos los hoteles pagados por un solo bolsillo.
Quedan prohibidas las camas separadas física o mentalmente.
Quedan prohibidas las citas insípidas pero también las cuarentenas.
Quedan prohibidas las camisas sin planchar.
Quedan prohibidas las novias coñazo.
Queda prohibido el callar, el no contar.
Quedan prohibidos los microondas, que calientan, pero no cocinan.
Quedan prohibidos los versos amanerados y las poesías invencibles.
Queda prohibido el sexo blando, las emociones edulcoradas, los conformismos.
Queda prohibido el dar opción a cualquier cosa que no desees.

Queda prohibido todo aquello que me prohíba. Todo aquel que no se permita estar en mi decálogo de permisos. ESO queda prohibido.



Dié



Sexo 2.0

Nos están timando. 

Vivimos en una incipiente sociedad de sentimientos obsoletamente programados, dónde jugar al Monopoly con las noches de pasión, se ha convertido en el primer entretenimiento 2.0 de nuestros fines de semana. Y digo 2.0, porque ya ni siquiera se cruzan miradas, se sueltan caricias, se tropieza suavemente o que cuernos, se empuja violentamente sobre la puerta de los baños. 

Hemos perdido el "fóllame aquí mismo", el "me muero por tus huesos", "atraviesame con la mirada y después...". Ni las noches de juerga son pasionales, ni el sexo es ya improvisado, excitante y sucio.

Tenemos móviles que programan con geográfica exactitud nuestras relaciones. No tenemos que esforzarnos en cautivar, ni mirar lascivamente, ni sonreír de medio lado. Unos centímetros visibles, unos metros con otro móvil, y kilómetros entre dos personas, que se encuentran, follan y se van con la sonrisa de haberse tomado la última píldora de autoestima.

Malos tiempos para aquellos que se les ocurra intentar sentir los placeres del cortejo tradicional, malos tiempos para los que no entiendan que las relaciones abiertas son las relaciones del presente y del futuro, malos tiempos para los que respetando todo tipo de relaciones, crean que la fidelidad, la intimidad y el compromiso significan algo en una ecuación de dos.

Nos han vendido la libertad de tal forma, que nos hemos creído que una vida sexual sana, pasa por protegerse de los sentimientos, de las emociones que como personas, tenemos derecho a experimentar. Hemos confundido el sufrimiento con la pasión y la pasión con el sexo en grageas. Follamos con el machito insensible y huímos del romántico empedernido, cuando a menudo, el primero llora ante cualquier inclemencia cotidiana y el que te mira con dulzura, te ataría en el cabezal de su cama para darte lo que tus más bajos instintos están pidiendo.

Han comercializado tanto el sexo, que pensamos que lo que no vemos, no está y disociamos sexo de respeto, morbo de compromiso, fantasía de amor. Y nos da miedo enamorarnos, sentir, o ser esas nenas que van por ahí escribiendo versos de melocotón. Porque las nenas no follan bien. Porque sentir es muy "out" y ellas los prefieren malos.

Pero amigos, los mejores polvos de la historia, siempre han sido los de los poetas, porque son ellos los que olvidan lo terrenal y entienden que solo abandonándose al placer (del cuerpo y del alma) se consigue explotar cualquier rincón corporal que una gota de sudor pueda recorrer.

Dié



Jornada dominical

Algunos domingos son como losas de pizarra. Caen firmes y fuertes, aplastan cráneos. 

Oímos los huesos quebrar y nos preguntamos si nuestros vecinos duermen, o escuchan los secos crujidos, la sangre goteando en el parqué, los sesos desparramandose en el somier.

Algunos domingos son como losas de pizarra. Deslizan suavemente la fría nieve de la semana.

Sentimos como se escapan de nuestro alcance las decisiones de antaño. Pensamos que otros ven la nieve, pero cuando apartamos la mirada de nosotros mismos, vemos que dentro de casa no hace frío, no se ven las estrellas, pero no hace frío.

Algunos domingos son como el sexo desnudo. Terminan sobre la sábana, abatidos, dormidos.

Nos acarician sin la dulzura de un jueves tarde, con prisa, con desgana, solo esperando ensuciar lo menos posible, ser aséptico como una paja de quinceañero, terminar en cualquier celulosa barata y no comprometerse siquiera a rozarse por inercia. 

Algunos domingos son más "no" que "quizá" y solo están hechos para morir y olvidar. Para empujarte al vacío, para acabarse sobre ti y recordarte que esta noche ya la tienes. Desde aquí solo puedes elegir que tipo de domingos NO quieres tener. Y cambiar de dirección.


Dié

Faro


Aparece de repente, y aunque sabemos que está ahí, muchos somos los que encallamos antes de ver su luz. Alto, fuerte y seguro, no sabe de razones, ni se preocupa de nosotros. No se mueve. Se queda inmóvil y nos ciega. Es de cemento armado y parece decir "aquí estoy". En muchas ocasiones, caminos serpenteantes nos recuerdan que no están hechos para ser encontrados fácilmente. A veces no funcionan. Otras veces no son lo que parecen, y simples sucedáneos sobre las rocas, nos empujan al acantilado y no sentimos nada en la caída. Han sido construidos para un motivo, que ellos mismos desconocen. No buscan. Son encontrados.

Pero cuando los vemos entre la niebla todo retumba, sacan sus sirenas y nos guían sin remedio. Y es inevitable sentir la fuerza de las olas, y su luz persigue tu mirada, y te encandila, y estás perdido, porque es él el que te lleva. Entonces sabes que has visto uno, que no es una atalaya, ni una torre, ni un peñón...

... y tu pecho explota, y no puedes más que rendirte al destino que su código y sus destellos han escrito en tu carta náutica. Y sueltas el timón.

Dié

Vientos alisios

Soplaban trémulos, pero constantes los vientos alisios. El verano se acercaba tranquilo, y yo, en mi barquito de vela contemplaba las casitas brillando sobre el manto verde que había dejado el lluvioso invierno. Era junio, y la temperatura era agradable. Siempre me había gustado jugar con poner patas arriba la cultura popular, y llamarle por ejemplo a este día el veranillo de Santa Aurora o cualquier estúpida ocurrencia.

A lo lejos una roca, viraba el timón con relajada expresión en mi cara, inspirando el cálido aire, cuando de repente un golpe de viento, me hizo abrir los ojos con alerta. Volviendo a mis tontas manías de ponerle nombre a todo, decidí que se trataba de una galerna. Me abrazó. Movió el casco como en aquella película que tanta angustia me causaba... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah! ¡Si! "Fievel", "Feibol", "Foebel"... ese ratoncito aventurero. Me agarré, cerré los ojos, y como en la última parte de la canción de piano más allegro, las olas me transportaron a un mundo mágico de rayos de sol, refrescantes gotas e ilusiones naúticas. Los cabos corrían, las velas se izaban y bajaban y mi pequeño velero parecía disfrutar.



En menos de cuatro horas había ocurrido lo que tantas veces. La roca. Me encontré varado, al asfixiante viento solano y desorientado. Tan desorientado estaba, que las casitas parecían cárceles lejanas, y mis pies no tocaban nada firme, nada que me permitiese creer, que podría volver a sentirme seguro agarrado a mi mástil de proa. Lloré. Lloré para refrescar mi cara y gritar a los mil vientos que no se juega con los pequeños navíos. Y los vientos me contestaron... empujándome al mar. El viento del mediodía susurraba que la costa estaba cerca que nadase; la Tramontana, divertida, se mofaba de la situación y el Siroco con su polvo, no me dejaba ver.

Exhausto. Cuando estaba a punto de rendirme, recordé el principio de mi viaje, y los alisios, grandes compañeros, limpiaron mis lágrimas y trajeron paz. Mi barco ya no era el mismo, pero una vez sentado en cubierta, pude comprobar su nombre pintado en un lateral, con pintura cían y el brillo de las tormentas pasadas. María de los vientos. Otra vez me había confundido. Empeñado en ver lo especial del nombre, no me había dado cuenta de que mi barco se llamaba Rosa de los vientos, por aquella que tanto me gustaba de la ciudad herculina. 

Volví a puerto. Y cabizbajo amarre cabos, devolví el barquito y me fui a la taberna. - ¿Que te ha pasado pirata? - Me sonríó Gael, el camarero. - Ponme un Whisky solo. Hoy los vientos han querido matarme. - ¡Tu no bebes whisky pirata de tres al cuarto! - Tampoco sé navegar amigo, pero salgo cada día a encontrarme con el mar, y mañana... mañana quiero estar borracho y que el viento seque este sabor a Whisky y tabaco de mis labios.

A Aurora, Víctor y Alberto. Los vientos alisios que me hicieron ver con claridad, abriendo mi mente, cortando prejuicios y bloqueando mis orgullos siempre a favor del amor. Gracias.

Dié

Foto: Praia dos namorados. Aguete. Marín. 20:45 22/07/2014

El chico de siempre de la barra de siempre

Cuando creces rápido en un pequeño continente, a menudo es la imaginación lo primero que vuela, buscando espacio en otros cuerpos. Loco. En el norte. Te vi como dice Sabina, como canta Ismael, al fondo de una barra, en el estúpido local de siempre.

Cuando has explorado los cuerpos que tu ansiedad y tu locura de adulto temprano han querido, ya no te conformas con beber, olvidar y caer en brazos de cualquiera. Cuando entras en el oscuro atolladero de siempre, buscando tirar al retrete tus semanas duras, necesitas imaginarte y comprar la ilusión a cualquier precio. Como cualquier romántico de pacotilla, te inventas una relación en el polvo de esa noche, que por la mañana desechas, recordando tus viejos amores de verdad, tus fracasos personales, tu rotura de huesos anual, tus sueños perdidos.

Salía entonces dando yo la mano al guapito de turno, si la noche iba bien, o con mi soledad acogiéndome en el primer tren de la mañana, para arroparme después en la cama que me tocase (malditas mudanzas que a veces te congelan el corazón). Salía de todas las formas que conocía, con el ron nublándome el entendimiento, achinándome los ojos, empujándome al vacío. Y allí estabas tú, ignorándome, bebiendo, riendo, intacto. 

Me gustaba verte allí, seguro. Me preguntaba si un día de estos, abrirías la puerta de la bodega y en ese mismo antro tendrías tu casa. Me gustaba pensar que eras de esos hombres que no convenían, esos que no saben que existes ni cuando te presentas. Y no me presentaba. Prefería tenerte allí, el chico de siempre en la barra de siempre. Y sin contar a nadie este adoración secreta, cada vez que te veía alimentaba mi relación de mentira, eras lo más estable de mis noches coruñesas que cuando te tenían se convertían en estúpidamente familiares. 

Nunca dije nada. Nunca quise conocerte. Ni tan siquiera acercarme. Ni mis noches más embriagadoras me empujaron a una simple mirada mantenida. Sabía que estabas allí y era suficiente para despertarme y vivir mi noche alejada de todo, menos del puede ser o del todo vale.

A veces pienso que sois dos personas diferentes, en dos épocas diferentes y me da miedo perder al chico de la barra, con mirada despistada y a la vez aires de tener todo controlado. Entonces sonríes. Y a esa sonrisa le vuelve a cantar Sabina, y veo la barra del bar, y me pongo nervioso, siento el alcohol nublándome la vista...

tiemblo...

 y la magia de sentirme como en casa ya no solo ocurre en el Marítimo. Y todo puede ser. Y todo vale. Y eres tú quién das la mano firme y ninguna noche vuelve a ser la misma que la anterior.


Dié

De óxido y hueso


“En cada mano hay 27 huesos diferentes. Si te rompes un brazo o una pierna, el hueso crece de nuevo debido a la calcificación. Tu brazo o tu pierna por lo tanto,  pueden llegar a ser aun más fuertes. 

Pero una fractura en la mano nunca soldará del todo bien. En cada batalla y en cada golpe vas a pensar en ella. Debes de tener cuidado, porque de vez en cuando  el dolor regresará. Son como pinchazos de agujas, parecidos a astillas de vidrio” 




De óxido y hueso





La ingeniera vida y la puta psicología

"Os enxeñeiros vemos un camiño, trazamos unha liña recta e vamos de A a B, vos, os psicólogos, antes de chegar a unha conclusión, dades unha volta en redondo, e mirades o problema dende diferentes ángulos. Vaime custar moito pensar como psicóloga"




Cinco años son suficiente para moldear una forma de vida, que no es otra que intentar terminar aquellos proyectos, aquellos puentes que nos construimos a lo largo y ancho de nuestras vivencias. Porque no soy ingeniero, pero los admiro.

Y es que lo que nos diferencia a los psicólogos, es que estamos constantemente intentando cuidar nuestra salud mental, pero en especial, la de los demás. Porque una persona destrozada a nuestro lado, es un puente decrépito y sin unir, un caramelo para el ingeniero, un reto para el psicólogo, un desasosiego para cualquier persona, que intenta ser feliz.

La felicidad no se construye desde uno mismo, desde dentro. Los puentes no sirven de nada si no unen ciudades, mundos. Las personas solo podemos tener una vida plena, si los nuestros se dan la mano, se acompañan, se quieren.

Pero hay algo que en especial, compartimos ingenieros y psicólogos, y es que de nada sirve la obra, si no se cuida al autor, y el autor, tantas veces obnubilado por la toma importante de decisiones, por planificaciones interminables y dedos inquisidores... cae. Como quién se tira al vacío en el centro de París, o el que abandona su suerte en una botella de whiskey. ¿Y quién va a entender a un ingeniero emocionalmente inestable, o a un psicólogo egoísta?

Y al día siguiente te despiertas al lado del ingeniero, que ha caído sobre tu cama, al tirarse de la Tour Eiffel. Ebrio todavía te preguntas que has hecho mal, si la fórmula la tenías clara. Y él o ella te contesta: "Puedes contar conmigo" Y reparas puentes, construyes corazones, pintas calzadas rectas y vuelves a tener fuerzas para unir A con B de la mejor forma que sepas, pero eso ya es otra historia, y hoy soy el psicólogo trazando líneas equivocadas. Todavía.


Dié

Camarero. la última

"El peligro es una exaltación arcaica, más o menos inasible y turbia. Algunos días se manifiesta en circunstancias inverosímiles, sin invitación, y te descabalga. En tercero de bachillerato yo me sentaba con Óscar, un tipo duro, sin modales, que me enseñó a suspender seis asignaturas de una tacada en un trimestre. Tengo un buen recuerdo de él. Hacía cosas tan bellas y delicadas como liar dos porros a la vez. Yo veía en silencio aquella danza y me parecía que era como interpretar al piano un allegro moderato de Schubert. En cambio, cuando redactaba un trabajo, y se enfrentaba a un diptongo o un hiato, le castañeaban los dientes. No sabía colocar la tilde, y, cada vez que se acercaba una secuencia de dos vocales, la sombra le producía un gélido desasosiego. No tenía sentido, pero el miedo es eso, un sin sentido que te toma, te va tomando, te tomó. Su lógica te aplasta como si fueses un despreciable cigarrillo salido de una escena de Sergio Leone. No se deja explicar. Cortázar, que había escrito instrucciones para subir escaleras, o para dar correa a un reloj, redactó también unas breves notas para tener miedo. Pero el miedo, por regla general, huye del contacto.
Algunos días la boca todavía me sabe a la noche que entré en un pub de Ourense para tomar la última copa, y el camarero me respondió que no había más copas. Nada se compara a la displicencia de un camarero. Suena como uno de esos tiros fallidos, filmados también por Sergio Leone, que te hacen volar el sombrero veinte metros. Era un viernes triste y apacible, como a mí me gustan. Hay un cuento de Lorrie Moore en el que la narradora señala que hay que elegir la infelicidad con cuidado. «Esa -añade- es la única felicidad en esta vida: elegir la mejor infelicidad». Nunca me sentí tan expuesto a la intemperie como a esa hora. En el primer momento creí que se refería a que no había vasos limpios y me conformé con que me diese de beber en uno sucio. No soy dogmático. «Ni sucias, ni limpias, ni hostias», precisó el camarero. Nadie me había negado la última copa de esa manera. De pronto, sentí miedo, como si temiese llegar a casa sobrio e introducir la llave en la cerradura a la primera. Es la clase de error que aguarda tu madre, despierta en la cama, para dormirse tranquila. Pero tú no estás hecho para acertar, [...]



Yo solo quería beber la última, constatar la derrota e irme a casa en zig zag. La copa final te habla del futuro, te promete que todo irá mejor la próxima noche, te arropa cuando te metes en cama. Esa copa es un sueño de eterna juventud, la infelicidad total y perfecta de la que habla Lorrie Moore. Todos necesitamos certidumbres así, falsas pero hermosísimas. Nadie bebe la última copa de la noche por gusto. Ojalá. La vida está llena de inercias, de cosas que ocurren porque el pasado las empuja. Quizá por eso, y un poco por la cogorza, busqué en el bolsillo el teléfono, averigüé el número de la policía local y llamé. Se puso mi abuela. Parecía evidente que me había confundido de número. «Vuelve a la cama, tata», le pedí, y colgué sin un adiós. Al segundo intento descolgó un policía. Le expuse que me encontraba en el pub tal y que el camarero se negaba a servirme un whisky con cola. «¿Pueden hacer algo?, ¿tienen competencias?», pregunté. No entendí muy bien la respuesta, pero sentí la displicencia del policía, que sonó como el silencio que se produce tras uno de esos tiroteos del cine de Leone.
Devolví el teléfono al bolsillo, como si fuese odio viejo, y salí del pub echando al camarero una de esas miradas que Bukowski aconsejaba reservar para idiotas de cuarta categoría. Inevitablemente, me fui con miedo al futuro. A veces el futuro es algo que ya pasó. Álvaro Cunqueiro afirmaba que los gallegos somos tipos ahistóricos, sin una memoria clara de la época en la que suceden las cosas. A menudo creo que la última copa te ayuda a recordar el futuro. Es esclarecedora. "

Juan Tallón

Malasaña




Sé que vivirás en Malasaña, que te besarán en los portales de Corredera Alta volviendo del Tupperware y beberás copas de mierda en noches vulgares que no olvidarás nunca. Dormirás poco, llorarás más de la cuenta y echarás de menos aquella cama - que aún te espera - y te cagarás en los muertos de aquel payaso que un día como hoy te vendió esa ciudad inexplicable (...). Pasarán los meses dormirás poco, llorarás menos y recordarás con cariño aquella cama, porque ya no será la tuya. Ya nunca lo será. Porque la tuya está en Madrid.

Y un día, sin más, no existirá otra ciudad.

Porque no la hay.

Consultorio NI: Véndeme Madrid

Vientos Alisios


Vera no sabía si era miércoles o jueves, cuando Sandro la acompañó al bungalow después de un largo paseo por la playa donde se habían besado como esa playa y esa luna lo requerían, ella lo dejó entrar apenas él le apoyó una mano en el hombro, se dejó amar toda la noche, oyó extrañas cosas, aprendió diferencias, durmió lentamente, saboreando cada minuto del largo silencio bajo un mosquitero casi inconcebible. Para Mauricio fue la siesta, después de un almuerzo en que sus rodillas habían encontrado los muslos de Anna, acompañarla a su piso, murmurar un hasta luego frente a la puerta, ver cómo Anna demoraba la mano en el pestillo, entrar con ella, perderse en un placer que sólo los liberó por la noche, cuando ya algunos se preguntaban si no estarían enfermos y Vera sonreía inciertamente entre dos tragos, quemándose la lengua con una mezcla de Campari y ron keniano que Sandro batía en el bar para asombro de Moto y de Nikuku, esos europeos acabarían todos locos.



Julio Cortázar

Madrid es él

Ella era toda la poesía que se escribía en Madrid. El verso más bonito de Gran Vía. La boca más hermosa de Malasaña. Los ojos más tímidos de los cines de Callao.  La cabeza más heavy que había pasado por Argüelles. La cintura más bonita que veías por el metro. Las piernas más largas de la Plaza Mayor. La falda más corta de Montera. La musa que aun seguía inspirando a la estatua de Bécquer. El rayo de sol más brillante de una tarde de domingo en el Retiro. La reliquia más bonita del rastro. La que podía domar los leones de Cibeles. La quinta torre de Madrid. El palacio más Real de todo mi reino. Madrid es ella, y yo, solo una de sus calles. Ella es el monumento que fotografía  Atocha. La que se manifiesta frente al Congreso. La decimotercera uva de la Puerta del Sol. El cabello más hermoso de Salamanca. A la que todos los hindúes regalan rosas y cervezas en La Latina. Los labios más rojos del Calderón. La más loca de toda Chueca. La de la carpeta rosa del Campus de la Complutense. El paseo más largo a través de toda Castellana. El culo más bonito del Retiro. El corazón más salvaje del Bernabéu. El musical más visitado de Gran Vía. El teatro con menos aforo de la capital. La mejor obra de arte del Prado. La que envuelve en flores a los toros en las Ventas. Ella es la única estrella que brilla en Madrid. Ella es Madrid. La que baila como una loca en la pista de cualquier garito de Huertas. La chica de Tirso, y la lady Madrid de Pereza. A la que no hace falta escribirle, porque es pura poesía. La que es capaz de enderezar las Torres Kio. El cubo más helado de cerveza de la Sureña de Gran Vía. La nariz más roja de Casa de Campo. Los acordes de jazz más hermosos del Café Central. La niña que ríe como nadie en Cortylandia. Los copos de nieve que los tejados echan de menos. La única diosa de todas las catedrales. A la que cantan en Libertad 8. El único monumento del Templo de Debod. La palabra más bonita del barrio de las letras. La única movida que existió en Madrid. Ella, ella, ella, ella. Ella es Madrid.



Miguel Gane

Miguel Gane

O que me vai facer famoso

O que quero que vexas

¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...