El chico de siempre de la barra de siempre

Cuando creces rápido en un pequeño continente, a menudo es la imaginación lo primero que vuela, buscando espacio en otros cuerpos. Loco. En el norte. Te vi como dice Sabina, como canta Ismael, al fondo de una barra, en el estúpido local de siempre.

Cuando has explorado los cuerpos que tu ansiedad y tu locura de adulto temprano han querido, ya no te conformas con beber, olvidar y caer en brazos de cualquiera. Cuando entras en el oscuro atolladero de siempre, buscando tirar al retrete tus semanas duras, necesitas imaginarte y comprar la ilusión a cualquier precio. Como cualquier romántico de pacotilla, te inventas una relación en el polvo de esa noche, que por la mañana desechas, recordando tus viejos amores de verdad, tus fracasos personales, tu rotura de huesos anual, tus sueños perdidos.

Salía entonces dando yo la mano al guapito de turno, si la noche iba bien, o con mi soledad acogiéndome en el primer tren de la mañana, para arroparme después en la cama que me tocase (malditas mudanzas que a veces te congelan el corazón). Salía de todas las formas que conocía, con el ron nublándome el entendimiento, achinándome los ojos, empujándome al vacío. Y allí estabas tú, ignorándome, bebiendo, riendo, intacto. 

Me gustaba verte allí, seguro. Me preguntaba si un día de estos, abrirías la puerta de la bodega y en ese mismo antro tendrías tu casa. Me gustaba pensar que eras de esos hombres que no convenían, esos que no saben que existes ni cuando te presentas. Y no me presentaba. Prefería tenerte allí, el chico de siempre en la barra de siempre. Y sin contar a nadie este adoración secreta, cada vez que te veía alimentaba mi relación de mentira, eras lo más estable de mis noches coruñesas que cuando te tenían se convertían en estúpidamente familiares. 

Nunca dije nada. Nunca quise conocerte. Ni tan siquiera acercarme. Ni mis noches más embriagadoras me empujaron a una simple mirada mantenida. Sabía que estabas allí y era suficiente para despertarme y vivir mi noche alejada de todo, menos del puede ser o del todo vale.

A veces pienso que sois dos personas diferentes, en dos épocas diferentes y me da miedo perder al chico de la barra, con mirada despistada y a la vez aires de tener todo controlado. Entonces sonríes. Y a esa sonrisa le vuelve a cantar Sabina, y veo la barra del bar, y me pongo nervioso, siento el alcohol nublándome la vista...

tiemblo...

 y la magia de sentirme como en casa ya no solo ocurre en el Marítimo. Y todo puede ser. Y todo vale. Y eres tú quién das la mano firme y ninguna noche vuelve a ser la misma que la anterior.


Dié

O que me vai facer famoso

O que quero que vexas

¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...