La vida es el juego macabro de dos dioses que no saben tirar los dados ni jugar al parchís. Las reglas las marca el azar, y estas dos proposiciones, se niegan y se transforman. Y el resultado es la falacia de que el camino es caminado por nosotros.
Tomar decisiones diarias es el placebo con el que los dioses han tratado de bendecirnos. Y nada más lejos de la verdad a excepción de cuando se abre esa ventana de oportunidad, que es más comúnmente conocida como el tren amarillo (mostaza) que pasa por una más que dudosa estación decrépita y abandonada.
El tren no para, pero pasa. No para porque la estación está cerrada y los dioses han tirado dobles, y riéndose mientras juegan con las agujas, el convoy pasa lento lento lento...
Los amantes del ferrocarril, solemos preferir las máquinas más estropeadas, más ruidosas y más difíciles de encontrar. Por eso, y aunque la estación esté cerrada, miramos hacia arriba, maldecimos al azar, y aspiramos fuerte el olor a oportunidad. Pero cerramos la ventana y sacamos nuestro cuaderno de viaje, 00:15 pasa la 242-0278 y abre su puerta el vagón comedor de primera clase.
Siguiente página, en blanco.
Arosa