El Faro


El Faro de Capri puede ser una fantástica muestra de optimismo y robustez. Rojo teja, con sus lineas blancas, menudo, recto y un poco respingón, como asomándose entre las rocas. Sin embargo, no puedo dejar de ver un cierto resplandor extraño, como un secreto.

El secreto puede descubrirse, si uno sube por las rocas calientes y se sienta de espaldas a su tronco, mucho más grande si se ve desde abajo. Allí, una niña de origen alemán, escribe en su libreta sobre pequeños sueños de niña de interior. Se imagina aquel verano de veleros, en la isla de Menorca, bañada por el mismo agua. Aún tiene doce años, pero cree saber lo que es el amor. El amor debe de ser algo así como ese faro bajo el que escribe. Rojo, por supuesto, con sus lineas marcadas, solo diluidas por los surcos de espuma que los barquitos dibujan en el mar... y en su libreta.

Un poquito más abajo, en una calita repleta de sombra, un lugareño de catorce, construye una cabaña con palos y deshechos. El no sueña, ni se da cuenta del faro, ni del mar. Solo quiere construir. Es fuerte, y sabe que algún día será pescador, o quizá guía turístico (en una isla así nunca se sabe). Aún no se ha planteado lo que es el amor, vive demasiado inmerso en sus aventuras. Ahora es capitán pirata, ahora un corsario, ahora es el Rey de Nápoles que quiere conquistar la pequeña isla, ahora...

Tan distintos, pero tan niños los dos, bajo el mismo faro y con vidas tan diferentes, probablemente esa tarde no se cruzarán. Ella volverá a la villa hotelera y el a su casa de color rojo, con su abuelo. Y el faro, esa noche, no habrá podido guiar la vida de dos niños, no significará nada, y su optimismo, su rigidez, se verá mermada por la luna brillante sobre el Mediterráneo.

La luna del mar de Capri, que no tiene secretos, que es blanca como una hoja de libreta y que jamás se encontrará con el sol, pero que besará la luz del maravilloso faro de Capri, que no puede evitar quedarse desnudo, ante su secreto, ante la imposibilidad de cambiar el destino de los navíos más cercanos a su corazón, aquellos que cubren sus paredes de historia y que lo admiran desde sus bicicletas, como a un gigante sin sentimientos.

Dié

Los grandes gestos


Por más que intente esconderme, soy un romántico empedernido, por ello estoy en constante búsqueda de los grandes gestos, las grandes hazañas.

De esto mismo charlaba ayer con mi amiga Clara, de la inminente perdida de apuestas a todo o nada, del poco valor de las relaciones, de la caída libre del esfuerzo.

Y no es que nos quedemos sentados, esperando a que alguien toque la bocina bajo nuestra ventana o que celebren nuestro cumpleaños con postres sorpresa, o que nos saquen de la rutina con noches especiales. Es que los que esperamos estos gestos nos entregamos de forma definitiva, y nos enganchamos al sabor de las acciones, que realmente, poco tienen que ver con el amor verdadero, pero alimentan las ilusiones y las ganas de seguir viviendo aventuras de más o menos duración. Somos esclavos y dejamos de controlar la situación.

No me dicen nada las noches de sexo desenfrenado, no me sabe bien la piel de aquel que no me ha hecho sonreír, prefiero un soplido tras la oreja, una caricia bajo la mesa, una mirada constante.

Todo esto tiene en ocasiones consecuencias catastróficas para la salud mental, y es que somos propensos a enfermedades de transmisión sentimental, y por más que razonamos, nos comen por dentro los virus de los caballeros de guante blanco, bajan las defensas y quedamos inmersos en estado catatónico, soñando siempre con consumar el objeto de tanto dolor, de tanto placer.

Aun así, soñadores, estamos enganchados a esas personas, que escapando de sus raíles, nos ofrecen en bandeja noches en las que somos únicos, y no sé como consiguen forzar el brillo de sus ojos, sin que se note cuando vuelven a su cauce, porque yo todas las mañanas soy el faro de mis vanas esperanzas, que se apaga aproximadamente cada dos, tres meses. Hasta que vuelves a buscarme en globo, me encuentro el salón lleno de notas de amor, me cantas una rumba al oído o te pierdes conmigo por las calles de Madrid.

Y nunca sé si todo ha sido un sueño, pero por si acaso, vuelvo a dormirme y apago por unas horas el faro que no tiene barcos que guiar, para guardar un poco de luz a quién toque las cuerdas de este violín.

O que me vai facer famoso

O que quero que vexas

¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...