Llegar a puerto


Suena el mar tranquilo cuando te sabes en el rumbo correcto. Y es como cuando subes en una de esas atracciones de agua, en las que lo raíles van sumergidos, y no sabes por dónde vas, pero vas.

Estoy en el dique seco esperando a ser lanzado a una nueva aventura, que empezó hace años como el proyecto de algo que nunca sería, como la serie sin presupuesto que compra finalmente Netflix.

Soy el barco sin ancla, el marinero sin espera, la lonja un lunes por la noche. Y siento un miedo muy diferente a los miedos de antaño. Es un miedo agarrado bien fuerte a la balaustrada que separa el paseo marítimo del mar en calma. Oteando la tierra que queda atrás y lanzándome al mar que nunca se ha parecido tanto a un cemento amable y gris.

Dejo la pradera que siempre he querido habitar por el mar de asfalto al que prometí volver solo por UNA razón. Y esa razón, que siempre he imaginado empujándome, me sonríe al otro lado de la A6. Madrid me sopla con brisa marina, y ya estoy arriando las velas, preparado para las tormentas perfectas que espero vivir a tu vera.



Arosa

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