Vientos alisios

Soplaban trémulos, pero constantes los vientos alisios. El verano se acercaba tranquilo, y yo, en mi barquito de vela contemplaba las casitas brillando sobre el manto verde que había dejado el lluvioso invierno. Era junio, y la temperatura era agradable. Siempre me había gustado jugar con poner patas arriba la cultura popular, y llamarle por ejemplo a este día el veranillo de Santa Aurora o cualquier estúpida ocurrencia.

A lo lejos una roca, viraba el timón con relajada expresión en mi cara, inspirando el cálido aire, cuando de repente un golpe de viento, me hizo abrir los ojos con alerta. Volviendo a mis tontas manías de ponerle nombre a todo, decidí que se trataba de una galerna. Me abrazó. Movió el casco como en aquella película que tanta angustia me causaba... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah! ¡Si! "Fievel", "Feibol", "Foebel"... ese ratoncito aventurero. Me agarré, cerré los ojos, y como en la última parte de la canción de piano más allegro, las olas me transportaron a un mundo mágico de rayos de sol, refrescantes gotas e ilusiones naúticas. Los cabos corrían, las velas se izaban y bajaban y mi pequeño velero parecía disfrutar.



En menos de cuatro horas había ocurrido lo que tantas veces. La roca. Me encontré varado, al asfixiante viento solano y desorientado. Tan desorientado estaba, que las casitas parecían cárceles lejanas, y mis pies no tocaban nada firme, nada que me permitiese creer, que podría volver a sentirme seguro agarrado a mi mástil de proa. Lloré. Lloré para refrescar mi cara y gritar a los mil vientos que no se juega con los pequeños navíos. Y los vientos me contestaron... empujándome al mar. El viento del mediodía susurraba que la costa estaba cerca que nadase; la Tramontana, divertida, se mofaba de la situación y el Siroco con su polvo, no me dejaba ver.

Exhausto. Cuando estaba a punto de rendirme, recordé el principio de mi viaje, y los alisios, grandes compañeros, limpiaron mis lágrimas y trajeron paz. Mi barco ya no era el mismo, pero una vez sentado en cubierta, pude comprobar su nombre pintado en un lateral, con pintura cían y el brillo de las tormentas pasadas. María de los vientos. Otra vez me había confundido. Empeñado en ver lo especial del nombre, no me había dado cuenta de que mi barco se llamaba Rosa de los vientos, por aquella que tanto me gustaba de la ciudad herculina. 

Volví a puerto. Y cabizbajo amarre cabos, devolví el barquito y me fui a la taberna. - ¿Que te ha pasado pirata? - Me sonríó Gael, el camarero. - Ponme un Whisky solo. Hoy los vientos han querido matarme. - ¡Tu no bebes whisky pirata de tres al cuarto! - Tampoco sé navegar amigo, pero salgo cada día a encontrarme con el mar, y mañana... mañana quiero estar borracho y que el viento seque este sabor a Whisky y tabaco de mis labios.

A Aurora, Víctor y Alberto. Los vientos alisios que me hicieron ver con claridad, abriendo mi mente, cortando prejuicios y bloqueando mis orgullos siempre a favor del amor. Gracias.

Dié

Foto: Praia dos namorados. Aguete. Marín. 20:45 22/07/2014

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