Navidad


Si que la navidad es mágica. Es mágica porque está en nosotros, la depositan ahí, al lado del corazón en una bolsita de tela marrón, cuando somos pequeños.

Suelen pasar cosas diferentes, motivadas por el halo de magia, presentimientos o simples luces navideñas. Nos reencontramos con el pasado, con la gente que queremos, hacemos excepciones a nuestra cotidiana vida alegando lo mágico de los momentos.

Volvemos atrás, saboreamos lo de antaño y acariciamos nuestras raíces. Con los sentimientos a flor de piel, damos pasos en circulo, disfrutando las luces, las personas, los colores. Somos más libres.

Y la melancolía se apodera.

No se toman decisiones en Navidad, solo se disfruta: abrir un regalo, dar un beso, o dos, abrazar a los que quieres, abrir una botella de champan, otra copa más de vino...

Y tu casa son todas aquellas ciudades en las que hay personas pensando en ti, así es más fácil sentirse cómodo, y ninguna ciudad resulta foránea, si hay alguien que brinde contigo por la navidad.

Felices fiestas a todos, disfrutad de las personas que os quieren, porque eso es más que suficiente.

Surcos

Surcos.

Serpenteantes, por tu piel. Surcos de tiempo, cauces de sangre, de momentos.

Dicen que las arrugas surgen por cada disgusto, por cada "malavida", por cada experiencia. A veces me sorprendo olvidando, agarrando el día a día y dejándome llevar por la emoción de una ciudad por descubrir, por la emoción de tanta tanta gente por conocer. Y olvidamos:

Olvidamos las luchas internas, los amores acabados, las noches tormentosas. Olvidamos los gritos, los golpes. Olvidamos insultos, desprecios y malas jugadas. No echamos cuentas, y casi no vislumbramos tantas tantas lágrimas, sufrimiento, dolor...

Olvidamos como nos hicimos esos canales. Y no nos damos cuenta, de que gracias a ellos hemos construido la ciudad por la que andamos. Madrid lleno de canales por los que navegar.

Madrid es eso:

Es el lienzo en blanco pero ya surcado. Es la forma de dar forma a nuevos surcos no tan profundos, a nuevas caricias, cosquillas y no volver a llorar.

Pero de vez en cuando, siempre recordar.


Die.

Te hablo

Estoy con pavura.
hame sobrevenido lo que más temía.
no estoy en dificultad:
estoy en no poder más.

No abandoné el vacío y el desierto.
vivo en peligro.

Tu canto no me ayuda.
cada vez más tenazas,
más miedos,
más sombras negras.


Alejandra Pizarnik

El café

Dafne era bibliotecaria en un pequeño pueblo de Guipúzcoa. Hacía dos años, tres meses y un par de días que había dejado al que era, según sus padres, el hombre de su vida. Una chica de 33 años no se puede parar a pensar en eso, porque entonces las arrugas se multiplican y los cafés se vuelven insípidos. Eso mismo estaba tomando cuando le acechó el recuerdo de Pablo. Es cierto, que ese ingeniero químico, amante de los números y los acertijos había marcado su vida, pero bien es cierto también, que tras cinco años de relación, Dafne no había sentido eso que siempre describían en sus novelas, de las que su hermano pequeño se reía. Ella intentaba convencerse de que eso solo pasaba en los libros, pero cada vez que veía a Pablo inmiscuirse en las fórmulas, escritos y artículos en inglés, suspiraba soñando en aventuras formidables con hombres poco comunes, que viajaban en grandes veleros buscándose a si mismos.

A si mismo estaba buscándose Norberto, escritor de novelas como las que ella leía y amante de los animales. Solía discutir con Dafne sobre la necesidad de imitar al mundo animal y dejar volar la imaginación. Norberto había aparecido en la vida de la morena chica, una noche de fiesta en una playita cerca de Zumaia. Ella lo vio a lo lejos, algo borracha (a Dafne le apasionaban los estados etílicos, pues en ellos podía dejar volar su imaginación y culpar a los grados de la bebida). Él, que sabía perfectamente que pose intelectual adoptar para conquistar a las soñadoras chicas borrachas, comenzó a tirarle de la lengua. La pobre Dafne no dejó palabra en el tintero y Norberto se enamoró de su inocencia. No más de tres semanas duró la dicha. Este marinero de los libros, rápidamente se volvió sobre su pasos y regresó al mar, a su casita en Zumaia, porque era Zumaia su gran amor, era su tela de araña, su redecilla de pescador y dónde cada tres semanas, descalzo, volvía a la playa a ensayar su pose.

Dafne dejó de leer.

Entre sollozos, otra vez en su pueblo, los días pasaban y ella, rodeada de libros en la biblioteca municipal, solo pensaba en lo estúpida que era, creyendo aún, con su edad, en cuentos de hadas. Tras unos meses, en una hoja de reserva de libros, creyó ver unos trazos atípicos, se puso las gafas, abrió la libreta de reservas y observó atónita su cara dibujada con una cera pastel. Renoir, firmaba.

Renoir era un joven del pueblo de al lado. En realidad ese no era su nombre, pero se hizo llamar así, desde que adolescente, sus compañeros de clase se inventaban mil apodos por tener uno de tantos nombres ridículos que todos conocemos. Claro estaba que le gustaba la pintura, pero su profesión real era la topografía, un trabajo, que a pesar de no ser vocacional, le permitía en sus ratos libres visitar la biblioteca en busca de libros sobre historia del arte. Allí, y tras meses de dulces tardes de voyeurismo encubierto, el chico soñaba con la bibliotecaria.

Renoir y Dafne no dudaron ni un momento en dedicarse un café, sobra recordar la atracción que sentía la chica por los personajes más o menos trastornados. Y es que este impulsivo topógrafo, un día medía al norte y al otro tiraba al sur. La incertidumbre se apoderó de la relación y Dafne soñaba a veces con el mar, con el vaivén de las ondas vascas. Le encantaba. Le encantaba hasta que vio como Renoir comenzaba a dar bandazos. Entonces recordó las apasionantes noches en la arena y vio todo borroso y sin sentido. Dafne, igual que sus chicos, no portaba la bandera de la estabilidad emocional entres sus manos.

En esto estaba pensando mientras removía el café con su cucharilla desgastada. Había quedado con Renoir a las cinco, ya eran las cuatro y cuarto y quería pasar antes por la tienda de regalos del tío Alejandro ya que era el cumpleaños de su amor desequilibrado. Se acercó a la barra del bar, y el camarero de siempre, Beni, le acarició la mano al devolverle el cambio. Ella lo miró. Beni, sin desviar ni un segundo la mirada, se despidió de ella con tono firme: - Cuando vuelvas mañana, a las tres y treinta y tres, como cada día, tendrás la hoja de tu nueva historia bajo el café.

Ella, se dio la vuelta temblorosa, sonrió y comenzó a pensar en su próxima aventura.




Die

Unos y otros

Me incomodan las manifestaciones, la pertenencia masiva a grupos. Considero que lo más valioso que poseo es mi criterio y mi opinión, y que ambos se matizan y concilian contradicciones, a veces me resulta dificil vincularme a blancos o negros, a favor o en contra. Con el tiempo, la participación en tertulias en las que no queda espacio ni para convencer ni para ser convencido ha reforzado esa actitud.

Muchas veces me siento muy sola en mis ideas. Otras, pienso que quizás sea un error centrarme en lo que me separa de otros. Pero lo cierto es que compartir una idea o teoría con una persona no me acerca a ella. Las más feroces discusiones de mi vida las he entablado con congresos sobre Shakespeare en los que filólogos ingleses, como yo, especializados en su obra, como yo, descubríamos un pozo de odio entre quienes nos tocaban nuestras teorías o nuestras visiones.

No creo hoy, como no creia antes de ayer que la unión haga la fuerza, ni siquiera que nos permita salir de esta crisis. El enemigo real son los mercados frente a los que poco se puede hacer. Nunca he apostado por soluciones políticas. No van a ser ni creativa, ni originales, no nos sacarán de pobres. en cambio (quizás porque como filóloga escuché muchas veces el augurio de que me iba a morir de hambre y decidí que no fuera así) siento una infinita simpatía por el vecino que acaba de abrir una frutería en mi calle, que era un empleado, que trabaja 15 horas al día. En su lucha personal, vende unos tomates estupendos, y no espera nada de nadie.



Espido Freire

El circo de los poetas


Solo he conocido poetas arrogantes. Tengo la vana esperanza de cruzarme con un verso que me diga:

- Hola don Pepito.
- Hola don José.


Y me tienda una mano.

Y me grite que no es nadie.

Dié

El hambre


Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame. El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.


Eduardo Galeano

Ladrón de emociones





Chupóptero.


1. m. coloq. Persona que, sin prestar servicios efectivos, percibe uno o más sueldos.

Llegar a casa de un desconocido y apropiarse de sus bienes, de su bien más preciado. Cogerlo delicado, con manos temblorosas. Mirarlo con deseo, dónde el desconocido veía. Pasar la lengua tacto bronce sobre los miles de momentos, sobre emociones construídas, elaboradas, de-sa-rro-lla-das. Sentir como caen, una, dos, tres... caen. Hasta llegar al recuerdo primordial, al recuerdo inamovible y descubrir con cierta indiferencia sana, con miedo inoloro, con nuncamehapasado, que no puedes competir. Saberse dueño de algo que no es tuyo, dueño fugaz, impermeable, desinfectado. Miedo absurdo, miedo excitante, miedo consentido. Verse el enemigo en terreno neutral.


Dar pasos pequeñitos, hacia el peñón. Ser sigiloso y toparse de frente con tu realidad paralela, caminar sobre sus pasos y pisar arrepentido. Y no poder parar. Pensar de repente en ti mismo. Ya no son tres sujetos, ahora es tu barquito de vela, inseguro, descascarillado, llenito de pasados... Te cruzas con los otros botes, con los marineros valientes de turbias aguas, de negras mareas misteriosas. Huyen. Tu sigues acercandote, contracorriente. Quieres tormenta... pobre grumete a la deriva.

Robando frutos del árbol del vecino, nunca de mis ramas colgaron plátanos, pero siempre me ha gustado subirme a las ramas más altas, que si me caigo, ver al menos la luz en el cielo.

Dié

El olor del


- Me gusta como hueles.

- Dicen que el amor y el miedo se pueden oler.

- ¿Y huelen parecido?

- Ni siquiera se pueden oler a la vez...
Autor foto: Man Ray

Volver a empezar


¿Cómo retomar algo que has dejado hace años, inconcluso? ¿Cómo volver a hacer de tu idea primordial, aquella descartada, tu nuevo saco de valores? ¿Cómo volver a coser las melodías al alma?

Nunca he entendido del todo el concepto de Punto de Inflexión. Hasta ahora.

Nunca he entendido del todo el concepto La Gota que Colmó el Vaso. Hasta ahora.

Pensamos de forma natural, que los cambios, a mejor, son buenos. Pero hemos errado ya al principio del la idea: nunca sabemos que estamos ascendiendo, nunca sabemos que lo correcto es mirar hacia delante, porque el que no mira atrás, ha olvidado todo lo que ha aprendido. Es una falacia sencilla, que cometemos constantemente.

Hace tiempo que no escribo, y cada día escribo peor. También hace tiempo que no amo los momentos como antaño, que no saboreo cada minuto, que no me fijo en las pequeñas cosas, y por tanto, también amo peor.

No leo tanto como antes, ya ni siquiera me paro absorto ante frases sorprendentes. Pienso en apuntarlas y no lo hago, salgo corriendo. ¿A dónde? Y aquí empieza el punto de inflexión. ¿A dónde?

He huido de todo aquello que debería intentar alcanzar, he huido del color blanco, de los olores fuertes, del tacto seda. He huido de las notas elaboradas, de los problemas complejos, del silencio de mañana de domingo. He huido de todo aquello que solía escribir, de las calles mojadas, de los cafés interminables, de las miradas profundas, del dejarse llevar, de la sinfonía, de la armonía.

Me he dedicado a correr hacia los corazones de comida rápida, los tiempos acabados, las risas desorbitadas, las carcajadas sucias, las notas estridentes, el corre corre que no da tiempo. Y quiero parar.

Y de repente PARE. Pare y observe. ¿Que está sonando? ¿Es Edith Piaf?

Sonrisa. Aire fresco... tranquilo. Pa la bras cal ma das...

Y escribir (te).

Lourdes

¿Onde vas Lourdes
agochada entre zafiros azuis
e sombras prateadas?

¿Onde vas miña nena
rompendo tumbas
de vellos pantasmas?

¿Onde vas arrecendo a pequena,
cheirando ruas sen xente,
baixando a mirada ao vacío?

¿Onde vas se queres subir?
¿Que baixas se non existen escadas
no colo da monotonía?

Ven onda min, pequena,
chora canto queiras
que xuntos riremos
desta cidade, destas pedras, deste mal...

Onde vas Lourdes, onde vas...

Un home deitado




Un home deitado
na praza do Obradoiro choven pecados e laios do vento. Suxeita esas pedras probe home e sinte calado, o peso dos anos. Agora con forza chuvisca cen vermes, de penas, miserias e glorias. Bastón que de horas se forxa, madeira talada a berros, a choros. Marcha o home deitado, satisfeito, empapado agora xa durme, coitado...

O que me vai facer famoso

O que quero que vexas

¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...