Diciembre

Puede que este haya sido el año que más cambios ha traído nunca a mi vida. Puede que los profetas ya escribiesen en sus libros que el 2018 sería un año para recordar, para dejar de soñar y cumplir viejas promesas y antiguos deseos. Puede también que algunos de esos deseos cumplidos no hayan sido tan increíbles como esperaba pero las realidades que me han traído han sido y son suficientemente intensas como para ser recordadas hasta la saciedad:

Mi mejor amiga se ha prometido con el amor de su vida, y el relato de su boda será digno de escribirse sobre las tablas de la más bella serendipia. 

Mi padre se ha casado en el casino dónde trabajo y mi madre ha vuelto a reunir a todos los primos en su segundo día nupcial. Y es que después de un tren, puede venir otro.

He vuelto a la que pensaba que era la ciudad de mis sueños, y con un nuevo trabajo y una nueva vida me he plantado en Coruña, que aunque me está diciendo bastante menos de lo que esperaba, ha sido un cambio importante de rumbo.

Pero lo mejor que me ha traído este año, ha sido la posibilidad de abrazar sin remordimientos y sin fin. De amar sin miedo al compromiso, de entender, de dejar de despedirme en angustiosos besos imaginados. Me ha traído la posibilidad de dejar de recibir tus postales y de que por fin, este diciembre, pueda besarte antes de las uvas, sin deseos escondidos en campanadas, sin sentirme culpable por pensarte en los cuartos y sobre todo volviendo a ti pero quedándome, para besarte también en el primer minuto del resto de nuestras vidas juntos.

Diego



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¿De qué quieres trabajar?

Todo huele diferente. El primer día me tomé un vermú. Técnicamente ese día todavía estaba de alta en la empresa de fabricación de bloques en...