El puto miedo

Me sorprende como el miedo, a pesar de ser irracional y llevarse mal con el aprendizaje, se atrinchera cada año, más cerca de nuestras pasiones.

Y ahí está, cuando te levantas una mañana y crees que la vida es rutina y tortura. Esa mañana que dejas que salga de la boca (de qué más da quién) un "hasta siempre" o un "esto es demasiado para mi". Es el miedo que grita desde tu oficina, cuándo suena el teléfono y ya no es ella, porque te has despedido muy antes de tiempo.

Aparece también cuando está casado, y tiene dos hijos, y te dice que ya solo piensa en ti mientras elige las cortinas de su nueva hipoteca. Y le tiembla la voz, y le gritan los hijos, y te lo dice pero no da el paso. ¡Pasos a mi edad!

También se esconde en esa Navidad en la que le coges la mano y gritas ¡Huyamos!, en cualquier antro de una gran ciudad, de Bilbao, por ejemplo. El puto miedo.

Y qué me dices de aquel amor del pasado. Aquel amor dormido que regresa una decena de años después. Y todo está preparado, y cae en tu cama, pero no en las redes. Porque hace diez años no tenías miedo, te gustaba, la amabas. Pero ahora eres ese manojo de miedos que te comiste un domingo cuándo ella se marchó con otro. Y vuelve a ser un "nunca" en tu cuaderno.

Puedes pensar que el miedo se construye sobre tus pasados, pero nada más lejos de la realidad. Porque últimamente, también se asoma en las nuevas caras. Y quizá, no es buena idea abrir otra caja de Pandora... y dejarlo salir. Y no acudes a la cita, y si lo haces no vas a la segunda... porque... ¿Tienes miedo?

Claro que no lo tengo. Es que no me apetece, es que estoy mejor sola, es que para que complicarse.

Y le llamamos madurez, y nuestras rodillas permanecen intactas, sin cicatrices... como nuestro amor propio.

Y le llamamos felicidad, cuando en realidad... es confort... ese puto confort, que es peor que el propio miedo, que va siempre de la mano y que nunca, nunca, nos permitirá cometer un error. ¿Seguro?

Dié

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